22 de julio de 2012

Interdicción III

No solamente se murió la casa de mis padres el día que terminamos de abrir y ordenar el galpón hasta sus últimos rincones. También empezaron a morirse quienes, entre medio de sus vestidos, sus zapatos, sus baúles y sus papeles, estaban de algún modo aún vivos ahi, desde hacía 45, 26, 21 años, en esos sectores del galpón en los que no se nos permitía revolver nada.

Recién ahora me di cuenta de esas presencias, aunque muchos indicios me las anunciaban: yo notaba una pertinaz reticencia a hablar de ellos, y menos aún, a revisar o volver a utilizar sus cosas; una negativa a modelar de ellos una imagen póstuma para poder incorporarlos transitivamente a nuestros recuerdos; y la imposibilidad de saldar, aún habiendo pasado tanto tiempo, las cuentas que habían quedado pendientes con cada uno de ellos para poder seguir viviendo.

No una sino varias veces sueño un sueño: voy caminando por una calle hacia el norte de la ciudad (¿Caronti, 11 de abril, Rodriguez, Sarmiento?) y en un determinado momento me encuentro en una casa, antigua, la atravieso muy rápidamente, y recorro luego un largo patio con paredes recubiertas de enredaderas y parrales que forman una larga y fresca pérgola atravesada por tibios y dulces rayos de sol. Hay que bordear por un caminito angosto una habitación vidriada y luego otro patio, parecido al anterior con plantas de hojas largas y macetas colgando, y en un rincón sola, en un sillón metálico con almohadones, una viejita sentada, que parece estar tejiendo o bordando, no me ve, no dice nada, yo me doy cuenta que es mi abuela (a pesar de que no la conocí ya que ella murió 15 días de que yo naciera), y me digo a mí misma: "¿por qué nadie me dijo que ella estaba acá todavía?" Y me quedo junto a ella, con la sensación de haber encontrado algo que nunca debería haber perdido.

Hasta que se produjo esta versión, que fue la mas clara, también soñé esto varias veces: voy caminando por la calle Soler al mediodía, y después de mucho andar -siento la fatiga de la caminata en mi sueño- llego hasta la puerta de la casa de mi abuelo, toco el timbre y sale alguien que me dice -tal como yo siento que sé, que él ya no está; pero que siga, que siga. Soler se prolonga como una larga calle en un terreno que va en pendiente, atiborrada de construcciones blancas, cada vez más berretas. Una puerta se abre a mi paso y entro; y me encuentro en una especie de hospital con una larga pero angosta habitación única en la que las camas ocupan todos y hasta el último rincón disponible, y empiezo a caminar por entre las camas y voy mirando a las personas que están allí postradas, la habitación pareciera tener un piso irregular como el de la calle por la que venía, y en el hueco bajo una escalera veo en una cama, recostado, a mi abuelo, con su camiseta blanca, sus calzoncillos largos, y sus lentes con marco de carey; y con él sí hablo, le pregunto, "¿cómo todavía estas acá?". "Estoy cómodo", me contesta; "en cuanto pueda vuelvo a visitarte y a hacerte compañía, abuelo".

¿Tendrán algo que ver estos sueños con una sorda percepción de algo que tal vez entiendo ahora, que no se quería dejar ir del todo a quienes ya se habían ido?


2 comentarios:

Karen dijo...

quizás no se van Ana...siguen habitando esos espacios. Quizás por eso caminás tanto y siempre llegás a un lugar en el que inevitablemente... están.

Ana Miravalles dijo...

mmm... tal vez por eso tener que desarmarlos, esos espacios, es tan perturbador ( y liberador a la vez). Gracias.