17 de febrero de 2013

Casa de campo




He ido toda la vida al "campo", desde que nací, cualquiera sea la estación del año. Para mí, el campo por antonomasia fue siempre la chacra que mi abuelo tenía en Ascasubi, de la que se ocupó él hasta su muerte en 1984, y mi padre y mi madre, hasta hace unos pocos años.

Qué idea tenia mi abuelo del campo, qué imagen, qué contraste podía percibir el entre esta llanura desolada convertida a duras penas en vergel gracias al riego y a un trabajo descomunal, y los "campos" en los valles de montaña en los que vivió y trabajo en su juventud en Italia, en el Trentino, en Italia, es algo que no se me ocurrió preguntarle; y probablemente, pragmático como era, le hubiera parecido una respuesta imposible de formular o de expresar.

Fue con mis padres (y a través de la idea que ellos se hacían de todo ese mundo), que conocimos el campo. Con ellos íbamos, pasábamos vacaciones, feriados o fines de semana, cuando éramos chicas, de vacaciones. (recién me hace acordar mi hermana de cuando salíamos a caminar todos juntos, lo disfrutábamos -aunque se ve que ese recuerdo estaba oculto). Es más, del campo se hablaba todo el tiempo en casa, en términos de novillitos, animales, pasturas, tranquera, alambrados, vacunas, riego, canal, compuertas, álamos, manga. Pero no fue solo en base a esos términos que me hice mi propia idea del "campo" . En mi imagen, en mi percepción del "campo"  se encontraron -en tensión- las muy diferentes imágenes que cada uno de ellos, mi madre y mi padre tenía del "campo."

Para mi madre, el campo es la tierra virgen que compra su padre, y luego (cuando ya es maestra) la llanura, y el Pampero (que yo también me sabía de memoria)

Hijo audaz de la llanura 
y guardián de nuestro suelo, 
que arrebatas en  tu vuelo
cuanto empaña su hermosura.
Ven y vierte tu frescura
de mi patria en el ambiente
ven enérgico y valiente
bate el polvo en mi camino
que hasta soy mas argentino
cuando me azotas la frente.

El viento se lleva todo lo superfluo, lo que empaña la "hermosura" (lo "hermoso" para ella -recuerdo bien- eran los novillos gordos, los potreros llenos de trigo, o de alfalfa) De ahí entonces que la casa de campo siguió siendo absolutamente despojada, sin ningún ornamento, sin nada que distraiga los esfuerzos orientados a la producción de la "hermosura":



Mi padre en cambio vivió su juventud en una pequeña localidad de la provincia, hizo el servicio militar en Buenos Aires, leyó mucho en esos años, vivió en Bahía Blanca, trabajó un tiempo en una estancia en Trenque Lauquen (donde despuntaba de paso el vicio de coleccionista de "antiguedades") y recién pasados los cincuenta -cuando mi abuelo ya no estuvo - se hizo cargo del "campo". Así decoró él, en esos años, el interior de la casa del campo:



Estribos, lazos, rebenques, espuelas, tijeras, boleadoras, los "gauchos" de Molina Campos y los almanaques de cuero repujado que le habían regalado en Trenque Lauquen (en el corazón de la pampa húmeda) fueron los anteojos con los que mi padre miraba ese pedazo de tierra que tenía que cultivar, regar, caminar.

No sé si hubo alguna vez gauchos como esos, o caballos para andar galopando a campo traviesa. Vivió ahí, del otro lado del patio, en una casa de adobe mucho más antigua e igualmente despojada, durante más de veinte años, la familia Mamani (él, boliviano, ella, Elena, jujeña, y sus siete hijos), con su quinta, sus gallinas, y su horno de pan:
























Elena y Elisa, mayo de 2006

Todo esto como consecuencia de la lectura del fascinante libro de Gracila Silvestri, El lugar común.

No hay comentarios: